Toda una lección. La Tilde del guiri Destacado
- Escrito por Revista Mi Pueblo Fuerteventura
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Toda una lección. La Tilde del guiri
POR: GIANFRANCO COSTA
El pasado día 23 de septiembre sucedió una de aquellas cosas que se pueden definir sin lugar a dudas excepcionales para nuestra isla. La friolera de 15.000 majoreros, de raza o de adopción, tomamos las calles de la capital para pedir una Sanidad Digna en Fuerteventura. Ya otras veces he enfocado mi atención sobre las tramas corruptas que por desgracia regulan el tema, pero esta vez no es de esto de lo que les voy a hablar.
Sinceramente tenía yo algunas dudas a propósito de si participar o no en la manifestación. Estoy convencido, junto a los 15.000 que dejaron sus huellas en Puerto Cabras, que el mal estado en el que se encuentra la sanidad isleña depende principalmente de la incapacidad de nuestros políticos gobernantes. Por esa razón dudaba yo si ir o no ir, no quería mezclarme con esa mala gente que son nuestros políticos. Lo que pasó fue que una conocida que vive y trabaja en El Cotillo me dijo que ese día iba a cerrar su tienda para poder manifestar su indignación por lo mal que nos tratan nuestros políticos.
Desde hace más o menos unos cinco años tengo que reconocer que mis artículos, sin querer, a menudo han podido leerse como la expresión de la voz de alguien siempre muy crítico con la sociedad majorera. Es un hecho que bajo muchos puntos de vistas la vida aquí todavía tiene un sabor casi feudal. Está el rico Señor, sus servidores con la cabeza bien bajita y la lengua siempre bien húmeda, y el resto de la gente que tiene que aguantarles. Este servilismo seguro que existe, es algo que llega desde un pasado muy remoto. Tenía yo la sensación de que los majoreros más humildes estabán acostumbrados a aguantar cualquier injusticia por parte de sus Señores. Mi cerebro visualizaba la imagen de un burro que sobre la espalda soporta una carga de 50 kilos, que con paciencia la lleva sin quejarse. Si su dueño añade otros 50 kilos, el burro sigue llevando ese gran peso, sin quejarse. Si su dueño añade otros 50 kilos, la espalda del burro se dobla un poquito, pero seguirá llevando el peso, siempre sin quejarse, sin nunca levantar la cabeza.
Pues puede que sea así quizás por una parte de la sociedad majorera. Pero lo que vi el pasado día 23 de septiembre fue para mí toda una lección. Ha sido una prueba de orgullo y dignidad muy fuerte, muy potente. Oír una de las organizadoras de la manifestación pedir por favor, antes de que esta empezara, bajar todas las banderas de todos los partidos políticos, ha sido algo escalofriante. Toda una lección. Ha sido la demostración de que los majos son gente muy digna, nada que ver con esa imagen del burro sumiso a su dueño. En el momento de oír la lectura del manifiesto se me puso la piel de gallina y mis ojos se mojaron de emoción. En ese momento tuve que reconocer que mi postura ha sido a menudo demasiado presuntuosa e injusta. Mi alma vibró tan fuerte como para sentirme en profunda comunión con toda esa gente, como una parte del todo.
Aunque yo en este momento no sepa lo que va a pasar en el futuro, lo que sí sé es que ese día recibí una severa lección. Es posible que los demás 85.000 majoreros no tengan la misma fuerza y la misma valentía de los que como yo participamos en esa manifestación. Esto será bastante fácil averiguarlo cuando llegue el momento de volver a votar. Si en ese momento salen electos los mismos, inadecuados de siempre, los que son la causa de los sufrimientos de todos los majoreros bajo el punto de vista de la sanidad, entonces quedará claro que los de la manifestación sólo fueron una minoría. Fuerte y valiente, pero una minoría.
Porque el juego es muy sencillo: habría que recordar lo que le pasaba a San Andrés en Tetir, en el mes de noviembre, en caso de que no hubiese sido capaz de mandarnos la lluvia. ¿No hiciste llover? ¡Te despeñamos y a buscar otra estatua!
Al fin y al cabo el momento en el que elegimos a nuestros representantes para que administren nuestros recursos, es el decisivo. Ahí vamos a verificar de manera muy sencilla si la participación en aquella manifestación sólo fue un fuego de paja o un involucrarse desde el punto de vista emocional. Si sólo pasó por el apoyo logístico de las instituciones, o si verdaderamente fue un acto consciente y valiente de revolución. En ese instante resultará muy clarito si vale más el cuñado enchufado o la dignidad de todo un pueblo.
POR: GIANFRANCO COSTA
El pasado día 23 de septiembre sucedió una de aquellas cosas que se pueden definir sin lugar a dudas excepcionales para nuestra isla. La friolera de 15.000 majoreros, de raza o de adopción, tomamos las calles de la capital para pedir una Sanidad Digna en Fuerteventura. Ya otras veces he enfocado mi atención sobre las tramas corruptas que por desgracia regulan el tema, pero esta vez no es de esto de lo que les voy a hablar.
Sinceramente tenía yo algunas dudas a propósito de si participar o no en la manifestación. Estoy convencido, junto a los 15.000 que dejaron sus huellas en Puerto Cabras, que el mal estado en el que se encuentra la sanidad isleña depende principalmente de la incapacidad de nuestros políticos gobernantes. Por esa razón dudaba yo si ir o no ir, no quería mezclarme con esa mala gente que son nuestros políticos. Lo que pasó fue que una conocida que vive y trabaja en El Cotillo me dijo que ese día iba a cerrar su tienda para poder manifestar su indignación por lo mal que nos tratan nuestros políticos.
Desde hace más o menos unos cinco años tengo que reconocer que mis artículos, sin querer, a menudo han podido leerse como la expresión de la voz de alguien siempre muy crítico con la sociedad majorera. Es un hecho que bajo muchos puntos de vistas la vida aquí todavía tiene un sabor casi feudal. Está el rico Señor, sus servidores con la cabeza bien bajita y la lengua siempre bien húmeda, y el resto de la gente que tiene que aguantarles. Este servilismo seguro que existe, es algo que llega desde un pasado muy remoto. Tenía yo la sensación de que los majoreros más humildes estabán acostumbrados a aguantar cualquier injusticia por parte de sus Señores. Mi cerebro visualizaba la imagen de un burro que sobre la espalda soporta una carga de 50 kilos, que con paciencia la lleva sin quejarse. Si su dueño añade otros 50 kilos, el burro sigue llevando ese gran peso, sin quejarse. Si su dueño añade otros 50 kilos, la espalda del burro se dobla un poquito, pero seguirá llevando el peso, siempre sin quejarse, sin nunca levantar la cabeza.
Pues puede que sea así quizás por una parte de la sociedad majorera. Pero lo que vi el pasado día 23 de septiembre fue para mí toda una lección. Ha sido una prueba de orgullo y dignidad muy fuerte, muy potente. Oír una de las organizadoras de la manifestación pedir por favor, antes de que esta empezara, bajar todas las banderas de todos los partidos políticos, ha sido algo escalofriante. Toda una lección. Ha sido la demostración de que los majos son gente muy digna, nada que ver con esa imagen del burro sumiso a su dueño. En el momento de oír la lectura del manifiesto se me puso la piel de gallina y mis ojos se mojaron de emoción. En ese momento tuve que reconocer que mi postura ha sido a menudo demasiado presuntuosa e injusta. Mi alma vibró tan fuerte como para sentirme en profunda comunión con toda esa gente, como una parte del todo.
Aunque yo en este momento no sepa lo que va a pasar en el futuro, lo que sí sé es que ese día recibí una severa lección. Es posible que los demás 85.000 majoreros no tengan la misma fuerza y la misma valentía de los que como yo participamos en esa manifestación. Esto será bastante fácil averiguarlo cuando llegue el momento de volver a votar. Si en ese momento salen electos los mismos, inadecuados de siempre, los que son la causa de los sufrimientos de todos los majoreros bajo el punto de vista de la sanidad, entonces quedará claro que los de la manifestación sólo fueron una minoría. Fuerte y valiente, pero una minoría.
Porque el juego es muy sencillo: habría que recordar lo que le pasaba a San Andrés en Tetir, en el mes de noviembre, en caso de que no hubiese sido capaz de mandarnos la lluvia. ¿No hiciste llover? ¡Te despeñamos y a buscar otra estatua!
Al fin y al cabo el momento en el que elegimos a nuestros representantes para que administren nuestros recursos, es el decisivo. Ahí vamos a verificar de manera muy sencilla si la participación en aquella manifestación sólo fue un fuego de paja o un involucrarse desde el punto de vista emocional. Si sólo pasó por el apoyo logístico de las instituciones, o si verdaderamente fue un acto consciente y valiente de revolución. En ese instante resultará muy clarito si vale más el cuñado enchufado o la dignidad de todo un pueblo.