Cartas al cartero por: Paco Santos. Mundo selfi Destacado

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Cartas al cartero Mundo selfi

POR:PACO SANTOS
Mi irrenunciable amigo:
Hete aquí que el otro día, compartiendo mesa con mi hermana Cristina en un abigarrado restaurante muy recomendable (invitaba ella), me llamó la atención algo que hizo la joven de la mesa de al lado. Le acompañaba un fornido galán, de cuya actitud cariñosa y resuelta deduje que era su novio. Habiéndoles servido el camarero un costillar con chimichurri a cada uno, de pronto la moza extendió su brazo con la soltura de Gilda en la famosa escena del guante; sólo que en vez de guante mostró al extremo de su grácil miembro un teléfono móvil, en cuya pantalla tuve ocasión de reconocer, antes del fogonazo del flash, su sonrisa cinematográfica mientras posaba junto al suculento manjar que estaba a punto de meterse entre pecho y espalda. No había sitio en el encuadre más que para ella y el costillar; ni rastro del maromo.

La cosa me dio que pensar. Desde luego, no dejaba de tener su gracia que por más que el esforzado galán prodigase sus mimos, la depositaria de sus atenciones no lo considerase digno de figurar junto a su efigie en la foto que inmediatamente después debió de colgar en las redes. Pero dejando aparte las circunstancias concretas de nuestros vecinos comensales, di en reflexionar sobre el sentido de esos autorretratos instantáneos tan de moda, tan rápidamente asumidos como un gesto natural entre todos nosotros, sea cuál sea nuestra edad, nuestro sexo y nuestra posición social.

Este mundo se ha llenado de individuos que fuerzan la sonrisa, o hacen muecas imposibles, o tratan de parecer muy dignos frente a los objetivos de sus modernos dispositivos, para saturar nuestros ojos con sus primerísimos planos, como gritando: <<¡Aquí estoy yo!>>. Y nada parece tener más importancia en el momento del clic que dejar la impronta de nuestra presencia, ya sea que tras nosotros se vislumbre la pirámide de Keops o Scarlett Johansson sorprendida de incógnito en una cafetería.

Y dígame usted, mi fiel confidente, si no es ridícula la cosa. Que no lo digo por el paripé que cada cual se monta para sacarse el selfi de su vida (fenómeno que de por sí tiene su miga), sino porque precisamente cuando uno posa ante el objetivo es cuando menos es uno mismo. Nadie se parece ni un pizco a su selfi. A ver, si no, quién narices se pasea por la calle con una sonrisa de oreja a oreja, o poniendo morritos, o ladeando ligeramente la cabeza con aires de filósofo existencialista. Nadie.

Con esto de los selfis pasa como con las autobiografías: quien quiera saber algo verídico de alguien, que no lea lo que el fulano haya escrito de sí mismo, y que consulte alguna biografía no autorizada a cargo de terceros. Pues eso, que la cara la damos cuando nos la partimos día a día para no ser engullidos por el mundo, y no cuando nos ponemos a monear ante la cámara de nuestro móvil para que los internautas contemplen qué bien nos queda el casco de la bici.

 
Visualice usted mi gesto amistoso y franco, mientras se despide el inquilino de:
c/ El Médico de los Corderos, nº 8 (semisótano).
Puerto del Rosario.
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