Cartas al cartero. Diógenes a la fuerza. Por: Paco Santos Destacado

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Cartas al cartero.  Diógenes a la fuerza.
Por: Paco Santos. Para: la revista Mi Pueblo Fuerteventura
Querido depositario de mis confidencias:
Últimamente me he visto sometido a un confinamiento miserable. Para que entienda las condiciones inmundas en que vivo (y que a buen seguro se habrá encargado de difundir alguno de mis maledicentes vecinos), debo remitirme a la causa.

En estos tiempos modernos donde cada día nos sorprende el diseño innovador de algún objeto cotidiano, los contenedores tradicionales de basura vienen siendo sustituidos por otros que procedo a describirle (si aún no tiene la suerte de que los hayan instalado en su barrio):

Imagínese un sarcófago cuya tapa pesa más o menos lo que la basílica papal de San Pedro. Imagínese además que para abrir semejante nicho (mientras trata de mantenerse en equilibrio sobre un pie, y sostiene en sus manos sendas bolsas de basura) debe imprimir con el otro pie sobre un pedal inamovible tanta fuerza como la que el mítico levantador de piedras vasco, Iñaki Perurena, derrochaba en sus exhibiciones deportivas.


Hace tiempo que me he rendido, lo confieso, y me dedico a acumular la basura en mi apartamento sin remedio. El vecino arrogante del 2º A y el necio inquilino del 3ºC (actual Presidente de la Comunidad) se burlan de mí y me acusan de sufrir el síndrome conocido como
“Diógenes” (cuando en verdad el afamado personaje a quien tal nombre hace referencia jamás practicó ni propugnó nada parecido al acaparamiento de desperdicios). Sin embargo, al menos a uno de esos dos prepotentes le he sorprendido cierta noche saliendo del portal con media docena de bolsas a cuestas y un gato hidráulico (y añadiré que le he visto volver con las mismas bolsas y con el mismo gato hidráulico, y con el rabo entre las piernas).


Supongo que usted, a lo largo de su ruta, será testigo del tufo que se extiende por las calles desde los portales de los edificios, y sabrá de otros tanto ciudadanos, al igual que yo, condenados a vivir entre sus inmundicias como escarabajos peloteros, incapaces de librarse de ellas. ¿Nos enviará el Señor un nuevo Sansón cuya fuerza sobrehumana sea capaz de abrir las tapas de esos depósitos infernales? Si fuera creyente, rogaría en mis rezos por ello.

Mientras tanto, estimado amigo, no puedo negar que he aprendido mucho de mí mismo, meditando largamente sobre cada envase y cada monda de fruta y cada rebanada de chope enmohecida de las que ahora no sé cómo librarme, y que me muestran aspectos de mi vida que hasta ahora había preferido ignorar.

Parafraseando a Ortega, he comprendido que
yo soy yo y mi basura. Algo es algo.
He oído rumores; no sé si serán ciertos. Se dice que en algunos municipios, hartos de acumular toneladas de despojos en sus hogares, los vecinos han comenzado a prenderles fuego, y que hay regiones de la isla que han desaparecido bajo una nube densa de humo negro y pestilente. ¿Será un preámbulo del Apocalipsis? Deseando que todo recupere pronto una higiénica normalidad, y que vuelvan a colocar en las calles aquellos cubos de basura que podía abrir la mano inocente de un niño, le saluda el inquilino de:

c/ El Médico de los Corderos, nº 8 (semisótano).
Puerto del Rosario.
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