Cartas al Cartero.Yo no soy Travolta Por Paco Santos
- Publicado en Colaboradores
Cartas al Cartero.Yo no soy Travolta Por Paco Santos
Francisco Javier Santos Rebollo@Facebook
Discreto lector de mis intimidades:
No pasa un año sin que llegando la época veraniega, me sumerja en el mar plácido y caldeado de los recuerdos de mi infancia.
Las postales playeras de sombrillas y chiringuitos me evocan especialmente la primera vez que contemplé el gran azul; la primera vez de la que guardo memoria:
Fue en Benicassim, en un campamento lúdico al que nos enviaron a mi hermano y a mí, con apenas seis o siete añitos. Todo era grande entonces. Y aun las cosas más nimias, los acontecimientos más ordinarios, me parecían maravillas dignas de ser contadas una y otra vez en los corrillos del patio del colegio.
Como suele pasar, a medida que nuestra mirada envejece con nosotros, los tesoros de antaño van perdiendo su lustre, y la realidad se nos torna menos relumbrante. Sin embargo, hay dos cosas que hoy en día mantienen para mí un mismo halo de grandeza: el mar y Travolta.
Fue en el cine de verano que organizaban en el campamento, cuando proyectaron para todos los niños la película Grease. Desde el primer fotograma, el dueño de aquel tupé prodigioso, que lo aprisionaba con kilos de gomina a la vez que él volaba libre por un mundo rendido a sus pies, se gravó en mi retina como una aparición ultraterrena. Ni qué decir tiene que mi hermano y yo y todos los niños del campamento nos dedicamos el resto de las vacaciones a ensayar el bailecito que se marcaba con la Olivia, al final del film.
Ha pasado no sé cuánto tiempo. El mar sigue siendo el mar, pero yo no soy el que era, y dudo que Travolta siga siendo Travolta. Y aun así, no llega un verano sin que vuelva a ser aquel niño asombrado que imitaba el movimiento chulesco de ese rompecorazones, bajando y subiendo el brazo mientras aullaba. Y enloquezco en la terraza del bar, hasta que las miradas desconcertadas de los presentes me hacen recordar que no soy Travolta. Que ni siquiera Travolta sigue siendo Travolta. Que sólo el mar es, todavía, el mar.
Deseándole un movimiento de caderas lo más exagerado que le permita su artritis, se despide de usted el inquilino de:
c/ El Médico de los Corderos, nº 8 (semisótano). Puerto del Rosario.
Publicada en la Revista Mi pueblo nº 80. Sección "Cartas al Cartero" por el escritor Paco Santos
https://issuu.com/ mipueblofuerteventura/docs/ revista_mi_pueblo_ fuerteventura_80
Francisco Javier Santos Rebollo@Facebook
Discreto lector de mis intimidades:
No pasa un año sin que llegando la época veraniega, me sumerja en el mar plácido y caldeado de los recuerdos de mi infancia.
Las postales playeras de sombrillas y chiringuitos me evocan especialmente la primera vez que contemplé el gran azul; la primera vez de la que guardo memoria:
Fue en Benicassim, en un campamento lúdico al que nos enviaron a mi hermano y a mí, con apenas seis o siete añitos. Todo era grande entonces. Y aun las cosas más nimias, los acontecimientos más ordinarios, me parecían maravillas dignas de ser contadas una y otra vez en los corrillos del patio del colegio.
Como suele pasar, a medida que nuestra mirada envejece con nosotros, los tesoros de antaño van perdiendo su lustre, y la realidad se nos torna menos relumbrante. Sin embargo, hay dos cosas que hoy en día mantienen para mí un mismo halo de grandeza: el mar y Travolta.
Fue en el cine de verano que organizaban en el campamento, cuando proyectaron para todos los niños la película Grease. Desde el primer fotograma, el dueño de aquel tupé prodigioso, que lo aprisionaba con kilos de gomina a la vez que él volaba libre por un mundo rendido a sus pies, se gravó en mi retina como una aparición ultraterrena. Ni qué decir tiene que mi hermano y yo y todos los niños del campamento nos dedicamos el resto de las vacaciones a ensayar el bailecito que se marcaba con la Olivia, al final del film.
Ha pasado no sé cuánto tiempo. El mar sigue siendo el mar, pero yo no soy el que era, y dudo que Travolta siga siendo Travolta. Y aun así, no llega un verano sin que vuelva a ser aquel niño asombrado que imitaba el movimiento chulesco de ese rompecorazones, bajando y subiendo el brazo mientras aullaba. Y enloquezco en la terraza del bar, hasta que las miradas desconcertadas de los presentes me hacen recordar que no soy Travolta. Que ni siquiera Travolta sigue siendo Travolta. Que sólo el mar es, todavía, el mar.
Deseándole un movimiento de caderas lo más exagerado que le permita su artritis, se despide de usted el inquilino de:
c/ El Médico de los Corderos, nº 8 (semisótano). Puerto del Rosario.
Publicada en la Revista Mi pueblo nº 80. Sección "Cartas al Cartero" por el escritor Paco Santos
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